25 julio 2006

La desesperación volvió a hacer mella en mí otra vez. Una desesperación que ha estado dentro de mí siempre, pero que a días y a ratos consigo mantener ahí, ligeramente controlada, únicamente latente. Pero hoy, una vez más, unas pocas palabras, la dejadez, y quién sabe si la mala intención, provocaron que de nuevo mi mundo se tambalerara, cayera a mis pies y yo sobre mis rodillas y todo pareciera otra vez difuso, lejano e inseguro. Decimos que cualquier tiempo pasado fue mejor, pero no es así. Para mí cualquier tiempo pasado fue peor, y hasta tener un solo día de paz entre mil ya parece el comienzo de toda una vida correteando por el monte entre las flores y las mariposas. Sí, puede que antes las discusiones fueran más a menudo, pero tardaban más en aflorar. Ahora dos palabras mal dichas causan una tormenta de reproches, miradas airadas y odio visceral. Ahora las broncas son más espaciadas, pero mucho más inminentes. Aparecen de repente, sin que nadie las invite, y como un huracán destrozan todo a su paso. Se alimentan del resentimiento guardado en nuestro interior, de aquellas cosas que nos molestaron pero que nunca dijimos. Y cuando una es especialmente pronunciada, me deja en estado vegetal, atolondrada, agotada por el esfuerzo de llorar tantas lágrimas y de tragarme todavía más. La incertidumbre, las dudas y la pena vuelven a campar en terreno abonado, y yo, aquí sola, me siento cada vez más pequeña, más insignificante, y más a disgusto con mi vida.