30 agosto 2008

Un mal día

Hay pocas cosas que generen tanta ansiedad y angustia como mantenerte apartado voluntariamente de la persona que amas.

Y saber que existe la posibilidad de que tengas que hacerlo el resto de los días de tu vida.

20 agosto 2008

Cómo quieres ser mi amiga...



No puedo decir con mejores palabras en qué momento de mi vida me encuentro.

"Pasa de mí"



Esperaba que, tarde o temprano, esto sucediera. Porque no terminaba de creerme que una ruptura pudiera resultar tan amistosa, tan llena de cariño por ambas partes, a pesar de que fuera decidida de manera unilateral.

Tenía la sensación de que, algún día, se acabarían las sonrisas, los guiños, los gestos de comprensión y las palabras de consuelo. Y vaya si ha sido así. Y el motivo, o al menos la yesca que ha prendido todo este asunto, ha sido mi post anterior.

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Reconozco que, cuando las cosas se me tuercen, no soy la alegría de la huerta. Pero esta vez quería hacer un esfuerzo por sobrellevarlo bien, por intentar que todo resultara de la manera más suave posible, si es que era posible que fuera suave de alguna manera.

Pero como estoy bien, dentro de lo que cabe, determinada a no quedarme en casa llorándole, a no acosarle a llamada limpia o a mensaje intempestivo, a no suplicar que me permita retirar mis palabras... Parece que el juego cambia. Porque me parece mucha coincidencia perder de repente la esperanza de poder volver a tener algo así sin más, después de leer un post. Simplemente no me cuadra.

¿Y qué pasa cuando intentas aclarar que es mejor que estés bien, porque estar mal no lleva a ninguna parte? ¿Cuando intentas hacer ver que todo lo hablado sigue en pie? ¿Cuando intentas dar una esperanza a la que aferrarse? Que te reprochan que no han pedido nada de ese consuelo y que, resumiendo, puedes irte a cagar.

Quizá hace unos meses sí habría perseguido la conversación, el aclarar las cosas, el intentar dejarlo todo arreglado. A día de hoy, eso ya no es mi responsabilidad como pareja. Me gustaría que lo fuera como amiga, pero no voy a volver a meterme donde no me llaman. Que luego salgo escaldada.

Pero me deja un regusto triste y amargo. La tranquilidad se ha empañado un poco.

Inventariando


Últimamente mi vida ha sido un torbellino de sentimientos y sensaciones contradictorias. Pena, alegría, alivio, angustia... Quizá lo único común a todos ellos ha sido la mesura con que los he experimentado. Lejos de mis arranques exacerbados, he de decir que me siento en un equilibrio bastante agradable. Parece que soy capaz, por una vez, de manejar lo que se me pasa por la cabeza en lugar de dejar que mi carácter extremista tome el control.

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No es que no haya hecho un esfuerzo porque esto sea así. Racionalizar todo lo que he hecho estos días atrás me ha ayudado a ver las cosas mucho más claras, eso, y la distancia que puse con la principal fuente del problema. Cuando te vas a otro país, a tantos kilómetros de distancia y vives nuevas experiencias, conoces gente y hablas, café tras café, con alguien que comprende tu punto de vista y que está llena de empatía, te das cuenta de que es hora de que te quites esa manta que hace unos años te habías liado a la cabeza sin pensar demasiado, para ver que lo que estás haciendo no tiene ningún sentido para nadie.

Porque en la balanza de las relaciones, el déficit suele ser peligroso. Y cuando los números rojos aparecen, lo mejor que puedes hacer es cancelar la cuenta o invertir. Yo me apliqué la segunda opción durante mucho tiempo, hasta que me di cuenta de que el descubierto era mayor de lo que creía, y que se se estaba llevando más de lo que me daba. Ahora, con todo a cero - o cerca de estarlo, poco a poco, desde el negativo -, las cosas están mucho más tranquilas. Me siento más libre y relajada de lo que me había sentido en años, sin la presión de una discusión futura o pretérita, sin el miedo a una palabra mal interpretada o a un desprecio hiriente. Lo bueno también se echa de menos, claro está, pero es tal la calma tras haber borrado de un plumazo todo lo malo de mi vida, que no puedo evitar ir a los sitios con una sonrisa, tomarme una cerveza con gente nueva mientras hablamos de las camisetas Merc o de si quiero meterme en un grupo a tocar los teclados.

Poco a poco me voy quitando las telarañas de los usos sociales - reconozco que he sido bastante huraña, pero hace tiempo que eso ya no es así - y lo único que quiero es conocer gente, pasármelo bien, reirme, beber, bailar, cantar, gritar, saltar y aprender a hacer el pino.