28 agosto 2006

Mi propia racionalidad me hace actuar de manera irracional en más de una ocasión, y mis impulsos menos meditados son en muchas otras veces los que me hacen ser más sensata que cuando aplico mi lógica más trabajada. Y cuando me di cuenta que hay situaciones a las que, por dárseles mil vueltas y una del revés, se desbaratan y se consigue con las tribulaciones más problemas que el que inicialmente pudo causar el primer razonamiento empeoren lo que antes no era más que una tontería.

Abrí los ojos y vi que la realidad no era como yo quería verla, enrevesada, difícil y problemática. Voy a intentar simplificar no las cosas, sino mi visión de ellas. Se acabó el ver sombras de tormenta donde no hay más que un nubarrón pasajero. Quiero ver la vida como es, no a través de un cristal negro y turbio. Porque no quiero alejar de mí esa vida que está a la vuelta de la esquina, esperándome con su nombre en los labios y su piel en mi tacto. Porque sé lo que quiero y no voy a rendirme.

Es hora de madurar.

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