27 septiembre 2006

Ondula suave la noche y las nubes como algodón de azúcar. Paladeo el sabor dulce del aire impregnado de su aroma. Un parpadeo capaz de cambiar la visión de una pupila temerosa, el sentimiento desgarrado cosido a puntadas de paciencia. Resbala la mano por la espalda húmeda exudando fatiga, demasiado largo el camino dejado tras ella y más aún el que todavía no se divisa. La palabra queda, sorda, cauta por precaver un sobresalto, resuena susurrante en el oído, deleita la imaginación y convierte en realidad el sueño del subconsciente.

Un momento apenas, capaz de cambiar la corriente marina. Un barco que sortea la fosa donde su brújula apuntaba, brúscamente virado hasta que retoma la vertical. Merece la pena soportar el esfuerzo de la inercia por encontrar un camino lejos del abismo, sentir la tibieza de la brisa inesperada que marca un nuevo destino hacia una playa desconocida pero no por ello ignorada, el alivio vislumbrar el tímido nacimiento de un horizonte firme sobre las olas encrespadas. Y recostarte sobre esa manta de tranquilidad tras el largo viaje, la jornada cansada que con la noche se llevará la desesperanza y la impaciencia lejos de estas costas.

Lejos de nosotros.

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