De nuevo, la tormenta. Las promesas hechas durante aquella corta calma se las volvió a llevar la lluvia, y lo poco que reconstruímos de nuevo son escombros. Pero yo ya me he rendido. El temporal sigue ahí, por mucho que trates de huír por caminos separados hay una nube que te pisa los talones, recordándote permanentemente aquello de lo que estás huyendo. Puede que incluso la tormenta pase, pero la huída siempre es el camino más largo.
Yo he elegido huir de todo, dolorida y maltrecha, y el paseo que se abre bajo mis pies todavía no alcanza a ver su propio fin. ¿Y qué? ¿Acaso importa? La compañía siempre indeseada de la tristeza, el remordimiento y la pena hace que dos pasos pesen como mil. Pero tú no eliges desprenderte de ellas. Encuentran débil tu carne y ahí se aposentan. El parasitismo de las emociones negras es doloroso.
Ahora sólo echo de menos todo. El último beso que significó algo, la primera esperanza de resolución, las risas, los abrazos necesarios... No sé si todo eso volverá algún día. Pero si lo hace y de nuevo trae la estela del dolor tras de sí, elijo quedarme anclada en el recuerdo mientras todo lo demás avanza, saborear esos instantes de pasado donde sólo importaba lo que éramos y no lo que seríamos.
22 octubre 2006
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