La educación es ese lastre con el que los padres cargan a sus hijos. Todo, absolutamente todo comportamiento cruza las barreras de la genética para navegar por nuestras venas filiales antes de que tengamos tiempo de atajarlo. Con esto no quiero decir que sólo los defectos nos sean transmitidos, sino que también las virtudes nos acompañan por nuestro camino, aunque éstas tienen menos tendencia a arraigar profundo en nuestras maneras.
¿A qué viene toda esta diserción? Supongo que me quejo de haber sido una niña mimada durante tantos años. Con el paso del tiempo descubres que el mundo no está aquí para complacerte, en ocasiones ni siquiera para respetarte. La frustración bien auto-aplicada es, en estos casos, tremendamente útil. Pero cuando nadie te ha enseñado a frustrarte, cuando las cosas no salen como tú quieres y te preguntas inocentemente por qué es así, la vida se empina hasta convertirse en una pared prácticamente vertical. ¿Qué hacer ante esta situación?
Sin duda, esperar que con el transcurso del tiempo tu mente vaya acostumbrándose a no ser el ojito derecho de cuanto individuo circule por tus carreteras. De manera que cuando las cosas no salgan como tú quieres, cuando crees que alguien podría sacrificarse para hacerte feliz o simplemente concederte ese favor pero no lo hace, paciencia.
Sí, paciencia. De eso que tampoco uso.
19 octubre 2006
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