Al fin viernes. La sonrisa sale sola, pensando en lo agustito que estaré mañana por la mañana, a las ocho, entre las sábanas calentitas. Sola, lástima, porque ni podemos escaparnos ni se nos escapan a nosotros de casa. No puedo evitar sentir cierto temor a la ociosidad, a una convivencia más alargada, a un mayor tiempo acompañada. No es miedo exactamente a eso, sino a lo que pueda pasar.
El miedo siempre ha sido una tónica en mi vida, el acorde sobre el que se apoyan todas las escalas a los sueños, a los deseos, a los anhelos. Una tónica en vibrato sobre la que muchas veces me tambaleo y tiemblo. La derrota y la rendición llegaron por fin a esa vida compartida, y ahora sólo espero que las condiciones de la conquista me sean favorables y benévolas, que no sea una rapiña que deje tras de sí dolor y arrepentimiento, sino una alianza calmada en la que se dejen atrás las rebeliones de las malas palabras y las contestaciónes hirientes.
Ahora ya, subo la bandera blanca y me abandono a mi destino.
17 noviembre 2006
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