08 febrero 2007

A las barricadas


La guerra ha sido, durante esta semana, el lugar donde he vivido, atrincherada bajo el fuego de mis aliados y tratando de entender el por qué de la declaración de hostilidad. Y cuando terminaba por salir salva de la batalla diaria, los fantasmas más reales del último año y medio no me dejaban descansar entre el barro del día a día. Podía sentir su aliento gélido soplando en mi nuca, susurrando que el tiempo, esta vez, no va a solucionar nada. Están a punto de convencerme, estoy a punto de rendirme, presa del desencanto, ante la evidencia que quizá todos ven menos yo.

He descubierto que mi pésimo sentido de la orientación no sólo se refiere al plano físico; si al menos encontrara un camino por el que encontrarme a mí misma, sabría que esto tiene un final claro, bueno o malo, y que podría llegar a él simplemente caminando. Pero ahora casi no alcanzo a ver el suelo bajo mis pies, mucho menos el que pisan otros. Ignoro qué paso se ha decidido para mí, si tengo potestad y voto en un destino que parece imposible de decidir, y me gustaría dejar volar el instante, aferrarme a tu mano fuerte y soñar que el mañana es hoy, y que el ayer nunca fue. Recordar las sonrisas originales, las palabras auténticas, olvidar la hipocresía y la soberbia, enredar mis dedos en tus rizos y saber que su seda acompañará mis notas por esta sinfonía inacabada que somos tú y yo. Cada beso sigue sabiendo a mar, erizando mi piel y estremeciendo mis sentidos, y eso no ha cambiado. Ahora una telaraña parece cubrir cuando sentimos, haciendo de esto un calor pegajoso e incómodo, un agobio que me ata y no me deja respirar, una caricia que no busco y se me adhiere al alma haciéndome aún más desgraciada. Porque cuando menos te busco más estás, y cuando más te necesito más distante me encuentro. Antes, el camino entre los dos no era más largo que un paso de ballet; ahora no sé si algún día encontraremos la manera de construir un puente para unir dos continentes.

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