21 septiembre 2006

La estupidez humana es un tema sobre el que cualquiera podría explayarse hasta extraer conclusiones avergonzantes sobre el resto de sus congéneres. Pero en mí, he de reconocer que alcanza límites insospechables. Abandono el camino del respeto y la educación para proferir insultos a la única persona de mi vida que me comprende, quiere y respeta por cómo soy, no por lo que hago o por lo que valgo. Cuando pierdo los nervios y con ellos la poca paciencia que tengo, descubro mi peor lado y con él, las malas maneras y los reproches.

Pero luego me hundo, me doy cuenta del daño tan injustificado que he podido hacer y de cuán poco esa persona se merece mis puñales, y pido disculpas, perdón y derramo lágrimas arrepentidas. Pero lo peor (o lo mejor) es ese "tranquila, no pasa nada", ese abrazo, ese beso que me hace darme cuenta que lo especial que es, de cuánto lo necesito junto a mí y de la buena persona que tengo a mi lado.

Es por eso que quiero disculparme y agradecerle, a partes iguales, tanto que perdone mis meteduras de pata como reconocer la paciencia y cariño con los que me trata. Quizá no se lo diga todo lo amenudo que debería, pero él sabe lo que hay en mi interior.

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